sábado, 10 de octubre de 2015

OMEGA-3 LA SALUD INMEDIATA - Libro abierto gratuito (Entrega nº 7)



Los Omega-3 combinados con terapias bioenergéticas


       Hemos podido comprobar cómo los Omega-3 actúan muy beneficiosamente en la prevención y en el tratamiento natural y complementario de problemas físicos, mentales y emocionales. Pero nos queda aún otro cartucho en la recámara, y no es ni más ni menos que el hecho de que sus cualidades pueden ser aprovechadas para mejorar la eficacia de algunas terapias alternativas de tipo bioenergético, de tal forma que conjuntamente pueden aportar un mayor beneficio, posibilitando la obtención de resultados verdaderamente espectaculares.
       No obstante, hay que aclarar que no existen prácticamente investigaciones sobre ello, y por lo tanto, disponemos solamente de la experiencia personal de algunos terapeutas que lo han verificado en sus tratamientos, así como de la capacidad lógico deductiva que podemos aplicar indirectamente a algunas de las investigaciones existentes realizadas con otros objetivos, intentando comprender cuáles pueden ser los factores que influyen o intervienen en la interacción entre los Omega-3 y las terapias bioenergéticas.


Acupuntura, homeopatía, flores de Bach, reiki…


       La acupuntura y la homeopatía son técnicas terapéuticas de tipo bioenergético,  muy conocidas y que cada día son más utilizadas en todo el mundo. Pero existen otras muchas bajo esta denominación genérica, como pueden ser las flores de Bach, reiki, meditación, terapia de la polaridad, etc. Según de qué técnica se trate, los canales y niveles de actuación pueden ser muy distintos, pero todas tienen en común que sus esfuerzos se dirigen a conseguir un equilibrio bioenergético que vaya acompañado de un estímulo de las fuerzas curativas del propio organismo, para conseguir así, sanar diferentes trastornos o enfermedades.

IMPORTANTE
       A partir de este momento, nos referiremos a las terapias bioenergéticas, por sus iniciales, “TBE”.

       En función del nivel vibracional o técnica empleada, las reacciones curativas del organismo respecto al estímulo bioenergético realizado, pueden variar desde superficiales, suaves y temporales, hasta muy potentes, profundas y duraderas. Pero independientemente de ello, cuando se acierta la estrategia o formula terapéutica adecuada, se deberían producir unos óptimos resultados. Sin embargo, la realidad es que existen factores personales y ambientales, tanto físicos como emocionales o energéticos, que a menudo pueden interferir en la sutil acción estimuladora de la TBE, así como en la respuesta posterior del organismo, de tal manera que los resultados pueden ser irregulares, o incluso nulos.
       Entre los factores físicos que pueden interferir en una buena respuesta a las TBE, están aquellos producidos directamente por la bebida, comida o ingesta de sustancias químicas o medicamentosas. Esta circunstancia, perfectamente conocida por los terapeutas, les lleva generalmente a aconsejar a sus pacientes que no tomen sustancias estimulantes como alcohol, café, té, o eviten productos con mentol, drogas o fármacos, mientras dure el tratamiento.
       Pero además del riesgo de interferencia por ingesta, también nos podemos encontrar con que el propio estado orgánico y patológico del paciente, a la vez que determina la estrategia y formula terapéutica a emplear, también puede limitar la propia respuesta orgánica. Y es lógico, si el sustrato biológico –al que podríamos llamar también sustrato “material”- del organismo, no permite una buena transmisión e interpretación adecuada de las vibraciones y las instrucciones energéticas recibidas, o bien tiene los mecanismos de respuesta vital deprimidos, bloqueados, deteriorados o disminuidos, la reacción curativa orgánica puede verse seriamente comprometida, disminuyendo o anulando los posibles efectos beneficiosos del tratamiento.
       Así pues, para que los estímulos de las TBE tengan una mejor reacción orgánica, y por lo tanto, una mayor eficacia y resultado final, es necesario potenciar y facilitar la respuesta biológica de este sustrato material del organismo, mediante la mejora de la comunicación e interpretación que hace el propio organismo de las instrucciones energéticas recibidas. De esta manera, la fuerza vital –que recibe varios nombres, como “Prana”, o “Qi”-, puede manifestarse y canalizarse mejor. Pero al mismo tiempo que se provoca esta mejora “transmisora”, es necesario que la potenciación que se realice no tenga en modo alguno un carácter de hiperactivación forzada, como puede ocurrir con ciertos fármacos, que pueden interferir en la terapia, sino que debe ser lo suficientemente suave como para favorecer el proceso natural y permita una mayor eficiencia neurotransmisora, sin interferir en el sutil efecto de la TBE, ni en el sensible equilibrio energético del organismo. Y por supuesto, sin añadir ningún empeoramiento físico o mental al que ya pudiera existir.
       Pues bien, las numerosas investigaciones científicas y experiencias empíricas existentes sobre la capacidad natural potenciadora y rehabilitadora de las funciones neurotransmisoras que tienen los ácidos grasos Omega-3, como componentes esenciales de las membranas celulares, permiten establecer de forma fundamentada y razonada, la hipótesis de que su utilización como complemento natural en las TBE puede mejorar significativamente los resultados terapéuticos de éstas. Evidentemente, habría que realizar estudios que lo confirmen, pero de momento, nos limitaremos a comprobar estas razones, en base a los conocimientos de los que ya disponemos.
       Según Le Laboratoire de Biologie Medicale de París (2), es necesaria la ingestión de Omega-3 -EPA y DHA- para mantener en buen estado el equilibrio fosfolípido y la fluidez de las membranas celulares, permitiendo una buena modulación de las actividades enzimáticas, productoras y receptoras de los neurotransmisores. Es decir, los Omega-3 facilitan la adecuada modulación, producción e inhibición de los neurotransmisores, y mejorando la sinapsis nerviosa. Esto facilita aquellas reacciones celulares estimuladas directa o indirectamente mediante las TBE, de forma que éstas hallan una mejor y mayor respuesta al ser sus instrucciones mejor transmitidas, y potencialmente mejor interpretadas. Además, es muy importante tener en cuenta que esta potenciación con Omega-3, se produce desde su función y acción totalmente natural, sin provocar interferencias ni empeoramiento físico o mental, condición fundamental para ser compatible con las TBE.
       Pero por si no fuera suficiente esta facilitación funcional, derivada de la capacidad para restablecer y mejorar la neurotransmisión y las sinapsis nerviosas, se ha constatado además, que también puede facilitar posibles regeneraciones estructurales del organismo, inducidas por las propias capacidades autocurativas y reparadoras de éste, de forma espontánea o bioenergéticamente provocadas mediante la aplicación de las distintas técnicas terapéuticas.
       Analicemos este fenómeno seguidamente, pero teniendo en cuenta que debido a la especial naturaleza de las TBE, las cuales muchas veces se escapan del control metodológico racionalista, necesita ser interpretado de una forma más cualitativa, no fijándose solamente en la interpretación cuantitativa, fría y estadística de los resultados. Hay que saber valorarlos de forma holística, para deducir, comprender, o incluso intuir, su verdadero papel en el proceso curativo natural. Es decir, no es suficiente utilizar solamente el razonamiento lógico-deductivo sobre lo que se ve, sino que es necesario hacerlo también sobre lo que no se ve pero se intuye. No olvidemos que estamos hablando de conceptos bioenergéticos, los cuales constituyen un corpus sistémico claramente definido para el terapeuta especializado, pero que la tecnología actual y el conocimiento científico actual no se hallan aún en condiciones de comprender de forma totalmente racional y experimental.
       Empecemos por recordar, por su relevancia e importancia dentro del mundo médico y psiquiátrico -dado que las TBE en su mayoría tienen una gran relación con el estado emocional del paciente-, los resultados del metaanálisis que realizó un subcomité de expertos seleccionado en el año 2006 por la Asociación de Psiquiatría Americana -APA- (98), en él se demostró definitivamente que los Omega-3, especialmente el EPA y en menor medida el DHA, aportaban un beneficio en trastornos emocionales y mentales, de forma más manifiesta y especial en la depresión y la esquizofrenia, recomendando su uso como complemento preventivo y terapéutico de los trastornos mentales y emocionales. Pues bien, éste y otros muchos estudios realizados, publicados en The American Journal Psychiatry (100), han contribuido a que por parte de muchos profesionales de la salud se esté revisando la verdadera naturaleza etiológica de algunos trastornos mentales y emocionales, acercándolos cada vez más a la filosofía y las estrategias terapéuticas bioenergéticas y psicológicas, en detrimento de los tratamientos puramente farmacológicos. Este hecho es mucho más importante de lo que puede parecer en un principio, pues significa que se está abriendo una puerta a la esperanza de conseguir consolidar un concepto de salud y de terapia más avanzado, diferenciado de los derivados de las antiguas doctrinas galénicas y de la influencia organicista.
       La investigación que ya hemos visto en el apartado de depresión, que se realizó en la Escuela Imperial de la Universidad de Medicina de Hammersmith (109), en la que se agregó E-EPA al tratamiento convencional de un paciente severamente deprimido, con tendencia al suicidio y con una historia de siete años de síntomas depresivos continuos, y que tuvo como resultado una mejora clínica evidente y sostenida en el plazo de un mes de todos los síntomas de la depresión, incluyendo la fobia social, resulta de vital importancia fijarnos en que a los nueves meses de tratamiento se observó de que se habían producido cambios estructurales en el volumen de los ventrículos laterales, los cuales se habían reducido, recuperando tejido cerebral, concluyendo el Dr. Puri, responsable de la investigación, que el EPA puede estimular las células madres del cerebro para producir nuevas células nerviosas. Esto es importantísimo: -¡estimulación natural de las células madres del cerebro, capaces de producir nuevas células nerviosas de forma espontánea!-
       Y a pesar de que ese caso no puede considerarse representativo al tratarse de un solo sujeto, sí lo puede ser si lo reunimos y comparamos con otros casos en que también se han verificado mediante resonancia magnética, cambios estructurales cerebrales facilitados por la ingestión de EPA (111). Una vez, puede ser casualidad, dos también, pero a partir de tres ya nos encontramos con una pauta, con algo que nadie puede decir que sea casualidad, aunque no se conozca exactamente su mecanismo íntimo. Pues bien, esta capacidad de los Omega-3 como estimulantes y facilitadores de la rehabilitación de células nerviosas y estructuras cerebrales, es una función que nos interesa sin ninguna duda, para vehiculizar la recuperación de la salud que pretenden las TBE, como inductoras de procesos autocurativos o regenerativos.
       Otra investigación que interesa recordar, es la realizado por el Department of Psychiatry, University of Pittsburgh, School of Medicine (118), en la que mostraba cómo los Omega-3 consumidos en la dieta, podían provocar cambios anatómicos beneficiosos en las zonas del cerebro reguladoras de las emociones, después de someter 55 personas sanas a sendas resonancias magnéticas para determinar el volumen de materia gris en regiones concretas del cerebro, relacionándolo con la ingesta de Omega-3 en sus dietas, cuyo resultado fue que quienes ingerían más Omega-3, evidenciaban un mayor volumen de materia gris, y por tanto una mayor presencia neuronal, especialmente en la zona cortico-límbica, circunstancia que sin duda puede favorecer una mejor respuesta del sistema nervioso central, una propiedad que es compatible y de gran utilidad para cualquier TBE.
       En el año 2008 se publicó en The Journal of the Alzheimer’s Association, una investigación realizada por el Department of Brain and Cognitive Sciences, Massachusetts Institute of Technology, en Cambridge (157), que comprobó que mediante la ingesta oral de DHA se conseguía promover la síntesis de nuevas sinapsis cerebrales que compensaban la característica pérdida sináptica de los enfermos de Alzheimer ú otras enfermedades neurodegenerativas, y también de utilidad en casos de lesión vascular o accidente cerebrovascular. Por lo tanto, podemos entender que esta investigación enlaza y coincide fundamentalmente también con las anteriores, en el sentido de que un Omega-3, en este caso el DHA, “de alguna manera” facilita y promueve procesos regenerativos que responden a las fuerzas autocurativas del organismo.
       Es evidente por consiguiente, que el EPA y el DHA pueden ser potentes aliados de las TBE al potenciar la fuerza autocurativa y regeneradora del organismo a nivel celular, resultando especialmente útil en aquellos casos en que la energía vital se encuentre por debajo de los límites deseables, y sea necesario ayudar a inducir la regeneración orgánica, o en los que se pretenda promover una reacción más enérgica o potente.
       En un estudio llevado a cabo por el Department of Physiology, University, en Goteborg (166), se comprobó que la acupuntura excita los receptores de las células nerviosas, así como también, que el ejercicio y la propia acupuntura producen descargas rítmicas en las fibras nerviosas. Se puede deducir fácilmente, que para que se produzca en mejores condiciones esta actividad eléctrica de las células nerviosas que estimula la acupuntura, la membrana celular debe hallarse en las mejores condiciones neuromoduladoras previas posibles, de forma que si cuenta con el adecuado aporte de los nutrientes esenciales indispensables para realizar una óptima neurotransmisión eléctrica, se llevará a cabo mucho mejor estas descargas, facilitando así, que la acción de la acupuntura sea más efectiva.
        Otro estudio significativo era el titulado Ethyl-EPA in Houtington disease: a double-blind, randomize, placebo-controlled trial, que se realizó también en el Hospital de Hammersmith (159), con pacientes con enfermedad de Huntington en estado avanzado (grado III). Después de 6 meses, todos los pacientes del grupo E-EPA habían mejorado la escala UHDRS que se utilizó para valorar su estado, mientras que en el grupo placebo habían empeorado. Las exploraciones de IRM cerebrales -imagen por resonancia magnética-, mostraron la atrofia progresiva cerebral en el grupo placebo, mientras que en el grupo E-EPA esta asociación resultó invertida, concluyendo los investigadores que el E-EPA tiene efectos benéficos en la enfermedad y cambios visualizables en el IRM.
       Comprobamos en este caso, una vez más, las posibilidades de mejora neurofuncional y motora que promueve el EPA, tanto a nivel funcional como estructural, y vemos también claramente como en la enfermedad de Huntington, las propiedades de los Omega-3 pueden facilitar la prolongación y ampliación del beneficio terapéutico que tiene la acupuntura en su ya efectivo tratamiento de este tipo de enfermedades.
       Como también hemos visto anteriormente, los científicos de la Universidad de Indiana (51), demostraron que los Omega-3 previenen la muerte celular programada –llamada apoptosis- de las células, y especialmente la muerte prematura de las células cardíacas, neuronales y retinianas, pero al mismo tiempo son apoptóticas de las células cancerosas, es decir, que inducen la muerte de dichas células cancerosas. Si los Omega-3 son capaces de influir en la programación celular de forma tan selectiva, actuando a favor de nuestra salud, reforzando nuestro sistema inmunitario, es evidente que tienen una capacidad natural para facilitar y ejecutar los procesos autocurativos a nivel celular, y esta capacidad es precisamente la que se busca potenciar mediante las terapias bioenergéticas, cuando se estimulan los mecanismos autocurativos del organismo. Su complementariedad por lo tanto, es evidente.
       Hemos de pensar por consiguiente, que no sólo existe una gran afinidad entre los Omega-3 y las terapias bioenergéticas, sino que su utilización conjunta puede sin duda alguna, potenciar los beneficios terapéuticos perseguidos. Incluso cuando se utilizan técnicas como la meditación Zen, que aunque a alguien le pueda parecer imposible, por si misma puede ser capaz de influir materialmente sobre células cancerosas, tal como se pudo observar en una investigación realizada en el año 2003 por el Department of Applied Chemistry, National Chiao Tung University, en Taiwan (167), cuando un maestro budista zen influyó mentalmente sobre unas células de cáncer de próstata in vitro, logrando reducir su tasa de crecimiento. Visto esto, nos tenemos que preguntar si realmente hay algo que sea imposible cuando hablamos de nuestro cuerpo y nuestra mente.
       Los resultados de estos estudios y de muchos otros, permiten deducir razonablemente, que la acción facilitadora de las funciones moduladoras de la neurotransmisión y la sinapsis nerviosa por parte de los Omega-3, que permiten la ejecución de estos procesos celulares básicos y fundamentales para conseguir reacciones curativas de forma autónoma, pueden también reforzarlas cuando son inducidas paralelamente mediante la estimulación bioenergética, potenciando los mecanismos regeneradores y autocurativos naturales.
       Esta evidente utilidad de los Omega-3 en la facilitación de la respuesta bioenergética, a tenor de las investigaciones expuestas, y con el fin de mejorar la eficacia y reforzar los resultados de la terapia bioenergética, se puede instrumentar mediante la ingesta diaria entre 1g y 2g de Omega-3 en cápsulas de alta concentración, y que contengan una proporción aproximada de 2:1 de EPA y DHA, especialmente en aquellos casos en los que se pretenda tratar problemas o enfermedades de naturaleza predominantemente física o estructural. Pero en caso de que el paciente muestre como síntoma principal un trastorno emocional, o bien, éste sea un síntoma secundario pero provoca comportamientos que repercuten de forma decisiva en la salud física, entonces será preferible utiliza el EPA solo, o mejor incluso si es posible, E-EPA.
       Lo ideal es comenzar a tomar Omega-3 una semana antes del inicio del tratamiento bioenergético, con el fin de preparar al organismo para una mejor reacción, pero si esto no es factible, se empieza conjuntamente. Es aconsejable tomar Omega-3 durante todo el tiempo en que se estime que la TBE está actuando de forma activa, con el fin de potenciar su acción hasta el final.


Conclusiones de la primera parte


       Esta primera parte del libro ha permitido a los lectores, conocer las propiedades básicas de los Omega-3, su importancia para nuestra salud, y su eficacia en la prevención y mejora de algunas enfermedades, especialmente de tipo crónico y degenerativo. Asimismo les habrá facilitado la reflexión sobre algunos aspectos curiosos, poco conocidos o mal explicados de estas enfermedades, al mismo tiempo que habrán visto que los Omega-3 no son un simple producto de moda, sino unos nutrientes esenciales y excepcionales, que han sido estudiados científicamente desde hace años, pero que por razones de interés comercial e industrial, sus beneficios no han sido suficientemente divulgados, ni su utilización mínimamente aplicada.
       Sintetizaremos ahora a modo de conclusión, algunos de los aspectos que podrían considerarse más relevantes, resumidos en cinco puntos.
       En primer lugar, se ha demostrado que la alimentación es un factor fundamental en la génesis y mantenimiento de muchas enfermedades importantes, tanto físicas como mentales. Mejorar la alimentación por consiguiente, es la mejor forma de conservar la salud, el procedimiento más seguro para prevenir estas enfermedades, y el sistema más eficaz para proporcionar al organismo las herramientas nutritivas necesarias para que su sistema inmunitario pueda realizar sus funciones a pleno rendimiento y de forma positiva.
       En segundo lugar, se ha constatado que el estilo de alimentación occidental es rico en Omega-6 y deficitario en Omega-3, cuando lo saludable sería que estuvieran igualadas las dos proporciones. Este exceso de Omega-6, y más concretamente de AA, comporta consecuencias muy negativas para la salud, ya que favorece el lento pero paulatino aumento de la agregación plaquetaria, la vasoconstricción, la proliferación celular, la depresión del sistema inmune o las inflamaciones orgánicas. Ello propicia que con los años aparezcan problemas cardiovasculares, alergias, diabetes, artritis, cáncer, etc., que en modo alguno pueden ser atribuibles al proceso normal de envejecimiento, y por lo tanto, debe ser un objetivo inapelable corregir este desequilibrio nutricional Omega-6/3.
       En tercer lugar hemos comprobado que la eficacia de los Omega-3, que además de ser básicos y esenciales para la funcionalidad y estructura de las membranas celulares, de la neurotransmisión nerviosa, o para le correcta formación y funcionamiento del cerebro, tienen una acción compensadora y contraria a los Omega-6, que pueden neutralizar hasta cierto punto sus negativos efectos, así como mejorar o resolver ciertas enfermedades por sus propiedades directas.
       En cuarto lugar, podríamos fijarnos en que no obstante se ha comprobado experimentalmente estas beneficiosas propiedades de los Omega-3, algunos resultados parecen indicar que en según qué condiciones, sujetos o enfermedades, no hay una uniformidad total de sus efectos ni una regularidad en sus resultados, lo que dificulta una generalización en su aplicación, evidenciando no obstante, una clara tendencia beneficiosa en su conjunto, y que trato de explicar a continuación de la manera más sencilla posible.
       Ante todo, hay que diferenciar las circunstancias y las consecuencias derivadas del exceso de Omega-6, de las que son debidas a la falta de Omega-3, porque en muchas ocasiones, la frontera entre ambas circunstancias no está clara, dificultando la comprensión de sus consecuencias e importancia.
       Si bien podríamos conocer la cantidad que tenemos de cada uno de ellos a través de los análisis sanguíneos de cada persona, estos valores no dejarían de ser solamente un reflejo temporal sujeto a fluctuaciones y cambios, como muchos de los valores que nos dan los análisis sanguíneos, que sirven para situarnos y orientarnos en un momento dado. Sin embargo, lo que sería más importante es valorar durante cuánto tiempo y en qué cantidad se ha estado produciendo este exceso o esta carencia, puesto que de ahí se derivan proporcionalmente sus consecuencias dañinas en los diferentes tejidos orgánicos y funciones.
       Al tratarse habitualmente de unos desequilibrios sostenidos durante largo tiempo, van provocando una situación anómala que paulatinamente van afectando de forma insidiosa al sistema inmunitario, provocando unos estados proinflamatorios casi continuados, y daños orgánicos de mayor o menor intensidad según el caso, en función de la interacción que se dé entre los factores constitucionales y los ambientales o conductuales. Por lo tanto, el nivel de afectación orgánica vendrá dado por el resultado de una secuencia lógica proporcional al tiempo que ha durado el desequilibrio de los Omega, a las cantidades de éstos, y a la predisposición orgánica y constitucional de cada persona.
       Esto implicaría entre otras cosas, y generalizo mucho, que se empieza con trastornos más leves –me refiero a que son más leves en si mismos, no en sus posibles consecuencias a la larga si no son corregidos debidamente-, como puede ser la presencia de colesterol o triglicéridos, depresión, eccemas, trastornos que elevando el consumo de Omega-3 y disminuyendo el de Omega-6, se pueden prevenir y corregir. Pero con un periodo de tiempo más largo, si no se corrige el desequilibrio, van apareciendo trastornos más graves, como arritmias, arteriosclerosis, inflamaciones intestinales, alergias,  asma, obesidad, diabetes, que necesitan mayores cantidades de Omega-3 durante periodos más largos de tiempo para tener un efecto terapéutico evidente y profundo, y una modificación de los hábitos alimenticios y de vida. Si se persiste aún más en el desequilibrio durante más tiempo todo se va complicando, los daños estructurales se van haciendo mayores y sus posibilidades de regresión disminuyen. Aparecen la hipertensión, colitis ulcerosa, psoriasis, artritis, esquizofrenia…, Y para contrarrestar el daño provocado, las necesidades de regular las cantidades de los Omega se hacen mayores y, por supuesto, se requiere más tiempo, paciencia y constancia, pues se va haciendo cada vez más difícil la regeneración y curación total. Si seguimos sin cambiar, o no se cambia lo suficiente el metabolismo de los Omega y los hábitos de vida, con los años pueden ir formándose algún tipo de cáncer o aparecer Alzheimer, que por su propia complejidad y severidad ensombrecen seriamente el futuro de la persona, y que requerirán mayores cantidades de Omega-3 para intentar neutralizar sus efectos, ya sea ralentizando su crecimiento, o intentando su remisión si cabe dentro de la posible.
       Es evidente por lo tanto, que existe una secuencia y unas pautas en la generación de estas enfermedades, aunque aparentemente sean muy diferentes entre si y parezca que son independientes y cada una sale cuando le da la gana. Si asimilamos que todas estas enfermedades, en la mayoría de las ocasiones, tienen una base patogénica común debida a la persistencia del efecto excesivo de los eicosanoides negativos derivados del desequilibrio entre Omegas, comprenderemos mejor que con el tiempo las patologías se vayan agravando y complicando si no se corrige el desequilibrio y la carencia que lo causa. Por eso, podemos observar en muchas de las investigaciones que hemos revisado, que la eficacia de los Omega-3 y la importancia del exceso de Omega-6, está en función de las cantidades y del tiempo, pero principalmente, del daño orgánico que hayan provocado éstos últimos, ya que será ese parámetro el que permita o no, la reversibilidad de las patologías desarrolladas. De ahí que lo más importante sea la prevención. Reducir el exceso de Omega-6 y equilibrarlo con Omega-3, aumentando el consumo de éste, será lo más efectivo para evitar verse más tarde a intentar arreglar lo que podíamos haber evitado estropear. –Prevenir es mejor que curar-. Se ha dicho siempre.
      En quinto lugar, que las beneficiosas propiedades de los Omega-3, pueden proporcionar una mejora de salud casi inmediata. Si habláramos de trastornos agudos, lo inmediato se interpretaría como “ahora mismo”. La anulación inmediata de los síntomas, como la que proporcionan una mayoría de medicamentos, corresponde a este sentido de la inmediatez al que nos hemos acostumbrado. Pero cuando hablamos de enfermedades crónicas, anular los síntomas acarrea que la enfermedad permanezca de forma asintomática si no se corrigen las causas. Por eso, cuando nos referimos a enfermedades que tienen un mayor recorrido en el tiempo, y que en la mayoría de veces se cronifican, no podemos hablar de una curación “ahora mismo”, porque no es posible y se necesita tiempo para el proceso curativo natural. Sin embargo, los Omega-3 han demostrado que en un periodo de pocas semanas, según el tipo de trastorno o enfermedad de tipo crónico, aportan mejoras importantes y reales en la salud y no solamente a nivel sintomático. Y es por esa razón que se puede afirmar, que los Omega-3 aportan “salud inmediata”. Y además, salud en el buen sentido de la palabra, como veremos en la segunda parte del libro. Una salud real, no una simple “ausencia de enfermedad” o de síntomas.
       Y para finalizar estas conclusiones generales, sería positivo reflexionar sobre el hecho de que este recorrido que hemos realizado por los dominios de los Omega, no ha sido un mero viaje literario, sino un repaso serio a algunas de las numerosas investigaciones científicas que existen, y por consiguiente, nos ha proporcionado un conocimiento fundamentado para comprender la necesidad de potenciar y aumentar la ingesta de Omega-3 y reducir los Omega-6, aún cuando no se hayan realizado todos los estudios e investigaciones posibles que permitan comprender absolutamente todos sus mecanismos íntimos, los cuales quizá nunca llegaremos a conocer. Tenemos que preguntarnos sinceramente: -¿por qué esperar más, con lo que ya sabemos? ¿Qué sentido tiene mantener posturas tan escépticas y excesivamente precavidas ante un complemento alimenticio de probado valor y eficacia, cuando a veces, a pesar de los “rigurosos” protocolos previos, se lanzan fármacos sin haberse asegurado totalmente de sus efectos adversos a medio y largo plazo, y luego tienen que retirarlos? ¿Qué hacemos entonces con nuestras conciencias? ¿Hacia dónde miramos? Seamos realistas y honestos. Empecemos a mirar lo que realmente nos conviene a las personas, a los seres humanos, y no mirar tanto a lo que conviene a quienes manejan los hilos de la industria. Y no solamente porque lo diga yo, también lo dicen algunos importantes científicos, como por ejemplo el Dr. Cleland, del Royal Adelaide Hospital (38), que juntamente con su equipo, se lamentaban de que a pesar de que los beneficiosos efectos antiinflamatorios de los Omega-3 habían sido suficientemente comprobados de forma científica, mediante estudios aleatoriezados a doble ciego, y controlados con placebo, muchos médicos seguían ignorando esta bioquímica en sus tratamientos terapéuticos, formulas, principios de aplicación y modificaciones de la dieta, negando así, un beneficio más que probado a sus pacientes.
       La realidad es que no vivimos solos ni aislados. No podemos olvidarnos del resto de la sociedad. Necesitamos a los demás y ellos nos necesitan a nosotros. Ese sentimiento de individualismo que distingue nuestra sociedad actual, debe cambiar por bien de todos. Porque aunque no lo parezca, todos vamos en el mismo barco, y no hay nada mejor que ayudarnos los unos a los otros para llegar a buen puerto. Por eso debemos pensar más solidaria y colectivamente, así como en qué puede hacerse para que el máximo de gente pueda beneficiarse de los conocimientos sobre los ácidos grasos Omega y sus grandes y demostradas ventajas. Bajo mi opinión, las grandes líneas de actuación a nivel institucional y social, deberían basarse en los siguientes puntos:
       • Desarrollar y aplicar una normativa sobre la alimentación de los animales destinados al consumo humano, para regular las prácticas de engorde que promueven que contengan un exceso de Omega-6, -y de paso, también de hormonas y medicamentos-, ya que éstos, pueden pasar posteriormente al consumidor.
       • Ampliar y aumentar el control sobre los ingredientes utilizados en la elaboración industrial de muchos productos alimenticios, para evitar también un exceso de Omega-6, de grasas saturadas, de azúcares, así como de aditivos y conservantes químicos cuyos efectos no están totalmente contrastados a largo plazo, con el objetivo de reducir las cantidades a niveles que nunca puedan ser perjudiciales tras un consumo sostenido largamente en el tiempo.
       • Prohibir la venta de productos alimenticios elaborados industrialmente, que no sean totalmente saludables y adecuados para los niños y adolescentes, igual que se hace con el tabaco y con el alcohol. Lógicamente, deberían establecerse unos parámetros claros y rigurosos sobre lo que se considera realmente saludable o no, en una normativa mucho más clara y exigente que la actual. Es decir, muchos productos elaborados que actualmente “se tolera” que lo puedan consumir los niños, en realidad no deberían tolerarse, porque los daños que ocasiona a largo plazo, son muy importantes. En este aspecto, tendríamos que ser mucho más activos y rigurosos, porque la salud futura de los niños y jóvenes, depende de su alimentación actual.
       • Promocionar la dieta mediterránea enriquecida con Omega-3, en la población.
       • Enseñar en las escuelas los hábitos nutritivos saludables, facilitando y estimulando su cumplimiento, empezando especialmente con los niños y niñas más pequeños, con el fin de lograr su acostumbramiento, y generar una futura normalización de estos hábitos en la sociedad, de forma natural y gradual.
       • Proporcionar al personal sanitario un buen conocimiento y formación, sobre los hábitos alimenticios más aconsejables, y apoyándoles en su labor divulgativa. Facilitarles además, los conocimientos adecuados sobre los Omega-3, para que puedan recomendar y potenciar su consumo en la dieta de sus pacientes, así como para aconsejar la toma de suplementos de Omega-3 en aquellos casos en que consideren que pueden aportar un plus de mejora necesario para su salud.
       • Protocolizar entre la clase médica, la conveniencia de utilizar inicialmente los Omega-3 en aquellos trastornos y enfermedades en los que éstos han demostrado un papel beneficioso, como paso previo o conjunto, al tratamiento con fármacos, con el objetivo de evitar la medicación superflua o innecesaria, o mejorar la acción de ésta.
       Alguna de estas propuestas podrá parecer excesiva a algunos de ustedes, pero les aseguro que sólo es cuestión de planteárselas, ya que si se tienen claros cuáles son los objetivos para mejorar la salud de la población, poco a poco se van ajustando y naturalizando los distintos mecanismos para implantar cualquier política de protección de la salud, y lo que hoy puede parecer algo inverosímil o desproporcionado, puede evolucionar de tal manera, que mañana puede ser visto como algo “normal”. Piensen por ejemplo, en cómo se consideraba socialmente el acto de fumar hace 50 años, y cómo se considera en la actualidad, o cómo entonces ninguna ley lo regulaba o prohibía, y ahora sí. Evolucionamos. Pero procuremos que sea en la dirección correcta.

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