domingo, 12 de mayo de 2013

INTOLERANCIAS ALIMENTARIAS



 
Cada vez se oye hablar más de las intolerancias alimentarias. Pero ¿qué son realmente? ¿Qué importancia tienen para nuestra salud? ¿Pueden estar detrás de algunos problemas metabólicos, alérgicos, dermatológicos, dolores, o incluso trastornos emocionales, entre otros, que son resistentes a los tratamientos habituales?
En la Cumbre Mundial Sobre Enfermedades No Contagiosas, organizada por la ONU y celebrada en Nueva York el año 2011, se reconoció, una vez más, la evidencia de que la mayoría de estas enfermedades son condiciones médicas que se podrían evitar mejorando los hábitos alimenticios y el ejercicio físico. De ahí que, a pesar de los continuos avances científicos, médicos y tecnológicos, esté aún vigente la antiquísima frase que Cervantes puso en boca del Quijote –la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago.-
Pues bien, si queremos prevenir una buena parte de enfermedades crónicas, autoinmunes o degenerativas, que están abrumando a nuestra sociedad, debemos centrarnos primordialmente en ese ámbito básico de nuestra salud, el alimentario, dándole la atención que realmente merece. Y es ahí donde toman relevancia las llamadas intolerancias alimentarias, que agrupan una serie de trastornos muy variados, pero cuyas causas principales se derivan de una alimentación desequilibrada o inadecuada con respecto a la naturaleza y estado individual de cada persona, y que, según las actuales estimaciones puede situarse, aproximadamente, en un 30% de la población.
Algunos alimentos o nutrientes pueden provocar reacciones adversas de nuestro organismo, pudiendo manifestarse algunas alteraciones, de forma rápida como en el caso de las alergias, o de forma lenta, pasando desapercibidas durante mucho tiempo, lo que dificulta su identificación, y promoviendo diversos trastornos de forma insidiosa. Por ello, debemos diferenciar entre posibles causas tóxicas o no tóxicas, y luego, entre éstas últimas, las que utilizan mecanismos inmunológicos y las que no los utilizan. Para hacernos una idea más clara de ello podemos observar el siguiente cuadro:
Es importante diferenciar entre alergias e intolerancias alimentarias no alérgicas, pues son conceptos distintos, aunque tengan en común que intervienen en reacciones adversas a ciertos alimentos. La diferencia reside en si interviene el sistema inmunológico o no.
Las alergias se producen cuando un alérgeno (que generalmente es una proteína específica de un alimento) es capaz de desencadenar una reacción alérgica al provocar la intervención inmediata del sistema inmunológico generando anticuerpos del tipo inmunoglobulinas E (IgE), que lo identifican como sustancia extraña y perjudicial. Ésta sería la alergia alimentaria clásica, de reacción inmediata y potencialmente grave. En otras ocasiones, en las que también interviene el sistema inmunológico pero no mediante los anticuerpos IgE, el organismo no reacciona frente a algunas proteínas, en muchas ocasiones, como si de una sustancia extraña se tratara, pero sí que se puede producir una sensibilización inmunológica con la formación de anticuerpos mediante las inmunoglobulinas G (IgG), que son de la misma naturaleza que las producidas frente a microorganismos, de forma que responde de forma anormal ante nuevas ingestas del alimento en cuestión, siendo en general, su manifestación sintomatológica, menos aparatosa y menos rápida que las que producen los anticuerpos IgE, revelándose como una afección que puede mejorar y modificarse si se realizan los cambios adecuados en la dieta. Esta sería una sensibilidad alérgica distinta a la clásica, con una reacción más retrasada, causante de intolerancias alimentarias.
Siguiendo con el cuadro anterior se observan que hay otras posibles causas en las intolerancias alimentarias en las que no intervienen los mecanismos inmunológicos. Una mala masticación puede ser el inicio de problemas digestivos y metabólicos. El exceso o falta de ácidos gástricos, la insuficiencia de enzimas digestivas, las combinaciones excesivas de alimentos, la ingesta de productos tóxicos o poco saludables, las alteraciones en la flora o el aumento de permeabilidad intestinal, en la que la absorción de alimentos no se produce correctamente y entran en la sangre toxinas, antígenos, patógenos y alimentos parcialmente digeridos. El exceso de medicamentos también puede favorecer esa permeabilidad intestinal o desequilibrios en la flora y fauna intestinal. Los efectos psicosomáticos de algunos estados emocionales alterados por estrés o ansiedad, pueden llegar a provocar importantísimos problemas. Además, si persisten estos problemas, posteriormente y, de forma secundaria, el sistema inmunológico puede acabar actuando mediando anticuerpos IgG.
La detección de aquellos alimentos que, por una razón u otra, no son bien tolerados por el organismo de una persona, y la consecuente restricción en su alimentación, pueden ser de gran utilidad para prevenir y mejorar algunos de los problemas que no responden a tratamientos habituales, o incluso para aquellos a quienes se les ha diagnosticado una enfermedad autoinmune. Se han verificado mejoras, muy especialmente en trastornos gastrointestinales (dolores abdominales, diarrea, hinchazón, síndrome de colon irritable, estreñimiento crónico…), pero también de forma significativa en alteraciones dermatológicas (acné, eczema, psoriasis, urticaria…), en problemas respiratorios (asma, rinitis, dificultad respiratoria…), en problemas articulares (artritis, fibromialgia, fatiga…), en molestias neurológicas (dolor de cabeza, migraña, mareo, náuseas, vértigo…), en trastornos psicológicos (ansiedad, depresión, hiperactividad…).
También puede resultar útil esa restricción en algunos casos de sobrepeso, retención de líquidos y obesidad, incluso en personas que no responden a las habituales dietas de adelgazamiento hipocalóricas o disociadas, ya que  en esos casos el sistema inmunológico puede estar actuando, intentando neutralizar los efectos perjudiciales de ciertos alimentos incorrectamente metabolizados y no asimilados, formando unos inmunocomplejos que provocan una retención hídrica o grasa que envuelve a dichos restos alimenticios a los que la persona es sensible, provocando situaciones de edema, especialmente a nivel extracelular, aumentando la presión coloidosmótica del plasma sanguíneo y disminuyendo el filtrado y eliminación de líquidos.
Las intolerancias más comunes en la población son a la lactosa (leche de vaca) y al gluten (cebada, trigo, avena), pero también la hay a la sacarosa, la trehalosa, la fructosa, la galactosa… Se da al consumir alimentos o productos que contienen estos alimentos como la leche, huevos, trigo, cebada, azúcares, pescados, mariscos, etc.
En algunas pruebas se detectan también aquellos minerales con los que se tiene dificultades de absorción (acarreando una posible carencia), pudiendo ser esta información muy útil para comprender qué trastornos pueden estar relacionados con este problema y saber hacia dónde hay que dirigir los esfuerzos para favorecer su absorción, más que administrar cantidades ingentes de minerales como suele hacerse en multitud de ocasiones y que, al no ser absorbidos, pueden provocar problemas añadidos.
Por todo lo expuesto, puede ser muy importante averiguar las posibles intolerancias alimentarias para prevenir enfermedades y asegurarse una mejor calidad de vida, facilitando así la implementación de un régimen alimenticio adaptado a las necesidades y capacidades de cada uno, al mismo tiempo que sea más sano, equilibrado y natural.


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