martes, 12 de marzo de 2013

LOS SECRETOS DEL OMEGA-3


Los espectadores de televisión ven en su pantalla anuncios que hablan de los efectos benéficos de los ácidos grasos Omega-3 para el sistema cardiovascular. Sin embargo este beneficio no es más que la punta del iceberg, pues sus beneficios se extienden a la prevención y mejora de inflamaciones intestinales, articulares, alergias, asma, psoriasis, diabetes, cáncer…, patologías muy diferentes entre si, tratadas por especialistas también muy distintos y, sin embargo, todas ellas comparten como factor común los ácidos grasos poliinsaturados Omega-3. ¿Cuál es el secreto? En el año 2009 escribí un libro titulado “Omega-3 La salud inmediata”. Basado en él, os iré revelando, periódicamente, algunas de las investigaciones que avalan su utilización preventiva y terapéutica en diversas patologías. 
Todo empezó en los años 70 al observar que los esquimales sufrían menos problemas cardiovasculares que otras poblaciones. Se comparó a aquellos que emigraron a otros países con los que permanecían en su propia tierra, comprobando que los que habían marchado llegaban a tener ocho veces más posibilidades de sufrir un accidente cardiovascular que los que se habían quedado, atribuyéndose la diferencia al consumo de pescado. A partir de ahí se fueron sucediendo investigaciones en todo el mundo y ya, en el año 1982, se publicaban resultados de estudios que confirmaban que la alta longevidad de los japoneses y su baja prevalencia de enfermedades cardiovasculares, se debían al alto consumo de ácidos grasos Omega-3 en su dieta, través del consumo de pescado.
Los ácidos grasos poliinsaturados Omega-3, son unos lípidos que se encuentran mayormente en el pescado azul –arenque, sardina, caballa, atún, bonito, salmón…-, así como en algunas semillas vegetales, siendo considerados nutrientes esenciales porque el organismo humano no puede sintetizarlos y debe ingerirlos mediante la alimentación. Son componentes fundamentales de las membranas celulares, determinando su fluidez y flexibilidad, e interviniendo, entre otras funciones, en la formación de algunas hormonas, en el buen funcionamiento del sistema inmunitario, en la correcta formación de la retina o de las neuronas.
Un aspecto importantísimo que se debe precisar es que los dos grupos de ácidos grasos poliinsaturados esenciales más importantes son los Omega-6 y los Omega-3, siendo ambos necesarios para importantísimas funciones de nuestro organismo. Sin embargo, los Omega-6 en su mayor parte, originan unas sustancias parecidas a las hormonas –llamadas eicosanoides negativos- que tienen propiedades inflamatorias, coagulantes y vasoconstrictoras, mientras que de los Omega-3 se derivan eicosanoides positivos, con propiedades antiinflamatorias, anticoagulantes y antivasoconstrictoras. Se deben ingerir ambos nutrientes para disponer así de los eicosanoides necesarios para poder actuar según sus necesidades, manteniendo su equilibrio.
Diversas investigaciones han mostrado que la proporción idónea entre Omega-6 y Omega-3 debe ser de 2:1 a favor de los primeros. De esta forma, el organismo dispone de recursos inflamatorios suficientes y que, en justa medida, son recursos reguladores a disposición del sistema inmunitario. Sin embargo, nos encontramos con un fenómeno generalizado en la mayoría de poblaciones que siguen el modelo de dieta occidental, en la que la proporción entre Omega-6 y Omega-3 es de 10:1 o 15:1. En Estados Unidos podemos encontrar incluso proporciones que llegan a 50:1. Estas dietas, excesivamente ricas en Omega-6 y pobres en Omega-3, sumen al organismo en un estado proinflamatorio permanente y, aunque la inflamación es un recurso defensivo fundamental, cuando se alarga en el tiempo puede provocar graves problemas de salud.

Los Omega-6 se encuentran mayormente en semillas y aceite de girasol, cártamo, onagra, soja, sésamo, maíz… También hay carnes que lo contienen abundantemente, especialmente aquellas procedentes de animales alimentados intensivamente con derivados de semillas ricas en Omega-6. Los aceites con abundancia de Omega-6 suelen ser más económicos y por ello, más utilizados por la población. Lo mismo ocurre con los alimentos elaborados industrialmente. Por otro lado, el gran consumo de azúcares y carbohidratos aumenta aún más la presencia del llamado ácido araquidónico, que es el Omega-6 con mayor responsabilidad inflamatoria, debido a que modifican la actividad transformadora de algunos enzimas sobre los ácidos grasos, provocando una mayor presencia de eicosanoides negativos. Si a todo ello le unimos una baja o nula ingesta de Omega-3, tenemos como resultado este alarmante desequilibrio nutritivo que comporta consecuencias muy serias para la salud.
Se ha comprobado que el exceso de Omega-6 promueve la génesis tumoral, mientras que los Omega-3 compensan e incluso pueden neutralizar esta desproporción, convirtiéndose en un factor importante para evitar el desarrollo y la progresión de varios tipos de cánceres. Importantes investigaciones han demostrado que los Omega-3 son apoptóticos para las células cancerosas –aceleran su muerte-, respetando en cambio a las células sanas. Además, varios estudios han constatado que el cáncer es menos común en zonas como Japón, donde se consume mayores cantidades de animales marinos, considerándose responsables de ello a los Omega-3.
La cantidad de investigaciones que demuestran los beneficios de los Omega-3 en las patologías orgánicas anteriormente dichas es abrumadora. Pero no solo es importante en enfermedades físicas, sino que también lo es, y mucho, en trastornos mentales y emocionales, ya que su presencia es fundamental en el sistema nervioso. Estos efectos beneficiosos para la salud mental y emocional fueron confirmados en el año 2006 mediante un metaanálisis llevado a cabo por la Asociación Psiquiátrica Americana, máxima autoridad mundial en psiquiatría, que a la vista de los irrefutables resultados recomendó el consumo diario de Omega-3.
Un déficit de Omega-3 disminuye la permeabilidad de las membranas celulares, ya que la célula los reemplaza mayoritariamente por otras grasas que encuentra, teniendo como principal consecuencia severas mermas en la capacidad moduladora de la neurotransmisión y disminuyendo la sinapsis nerviosa, siendo el estrés al que se ven sometidas las sociedades modernas, lo que agrava aún más la situación, pues aumenta las necesidades de Omega-3 y hace más dramático su déficit.

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